Dos libros vacíos, sin letras, con un montón
de hojas blancas… que se encuentran y de pronto sienten que tienen miles de
historias increíbles que contar. Y además con la necesidad de hacerlo. Así que
así lo hacen o, al menos, lo intentan. Jamás se han visto dos libros vacíos tan
felices. Enlazando sus hojas, vistiéndose de letras, mirándose fijamente de
palabra a palabra. De qué manera se aman esta cantidad de páginas que contienen
vida de origen en la naturaleza, quién sabe dónde… ¿un pino? Naturaleza que da
sentido y hace posible estas leyendas.
Todo es perfecto, hasta que se van topando con miles de piedras: ellos mismos. Empiezan tropezando porque tienen caligrafías diferentes y después no dejan de caer. Pasan por discrepancias tales como el color de sus sangres; que si negra o azul, que hoy me apetece áspera y mañana suave, que roja o verde, yo quiero que la aguja que nos atraviesa la piel sea gruesa y tú delgada, larga o corta. Que si la corteza, la ropa, ¿de qué textura? Así tengo frío, pues yo tengo mucho calor. Cualquiera se pone de acuerdo así. Pero, aunque no pueden parar la caída, se tienen el uno al otro. Y a ver qué es más importante; si caer acompañado a ningún lugar −y quizás a todos los lugares− o andar vacío, solitario y lleno de polvo por las estanterías. Lo saben, nunca terminarían con ello. Después de la vida y el descubrir respirar que se habían dado, no podían ni querían tampoco continuar el uno sin el otro. Optaron por reciclarse. Matarse, autodestruirse para poder volver a nacer. Y revivieron de nuevo, inseparables, siendo un solo libro; esta vez con todas sus páginas cubiertas, con una caligrafía preciosa, con el mejor vocabulario nadando por él… con la más bonita de las historias que contar acariciando tus dedos.
Todo es perfecto, hasta que se van topando con miles de piedras: ellos mismos. Empiezan tropezando porque tienen caligrafías diferentes y después no dejan de caer. Pasan por discrepancias tales como el color de sus sangres; que si negra o azul, que hoy me apetece áspera y mañana suave, que roja o verde, yo quiero que la aguja que nos atraviesa la piel sea gruesa y tú delgada, larga o corta. Que si la corteza, la ropa, ¿de qué textura? Así tengo frío, pues yo tengo mucho calor. Cualquiera se pone de acuerdo así. Pero, aunque no pueden parar la caída, se tienen el uno al otro. Y a ver qué es más importante; si caer acompañado a ningún lugar −y quizás a todos los lugares− o andar vacío, solitario y lleno de polvo por las estanterías. Lo saben, nunca terminarían con ello. Después de la vida y el descubrir respirar que se habían dado, no podían ni querían tampoco continuar el uno sin el otro. Optaron por reciclarse. Matarse, autodestruirse para poder volver a nacer. Y revivieron de nuevo, inseparables, siendo un solo libro; esta vez con todas sus páginas cubiertas, con una caligrafía preciosa, con el mejor vocabulario nadando por él… con la más bonita de las historias que contar acariciando tus dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario