Te levantas una mañana y las escaleras duelen. A lo mejor quieres decirle a la pared que las escaleras duelen, pero no quieres que las paredes se enteren y te da igual lo que el suelo piense sobre ello. Sólo quieres que lo sepa, pero sin decirlo. Así que dejas la pared a un lado, y subes y bajas las escaleras sin parar hasta que deje de doler. En un rato te acercas al suelo y le susurras: las escaleras siguen doliendo. Más tarde y, después de pensarlo mucho y acabar sin haberlo pensado lo suficiente, miras a la pared y le gritas: ¡duele!
¿Qué
duele? Te responderá ella. Entonces suspirarás que la casa
entera duele. Porque a ti no te hace falta un sustantivo al que adjudicar el dolor, pero
algunos lo exigen. Está bien, nos adentraremos en una descripción de la
escalera sin decir “escalera”, así que dolerá aún más de lo que pensabas.
Y lo cierto es que la escalera necesita un
suelo y una pared para tener sentido. Pero qué va a decir un techo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario