
Existe un momento especial: ya basta, te sitúas para levantarte pero te quedas quieta, con el cuerpo muerto. A punto de ponerte en acción de todas las cosas que tienes en mente, mirando a un punto fijo. A veces encorvada, con la boca abierta o los ojos muy abiertos pero pesados. Justo, justo en ese instante me gustaría ser otra persona y ponerme enfrente de mí para darme una hostia bien grande o una patada en toda la cara. Y entonces te das cuenta de que no eres feliz. O dejas de darte cuenta de lo feliz que eres.
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